No es más que un sinónimo de un invierno de los años treinta por las orillas del Volga o cualquier otro río que susurre frío. Con las pestañas entumecidas, nos obsesionamos con violar a la nieve virgen que caía de las nubes que llevaba la chica hecha de lluvia sobre su cabeza. Él se le acercaba para sorber los copos que lloraba y atrapar con la lengua los que se le quedaban pegados a las mejillas. La sonrisa les pegaba puñetazos y el amor se incrustaba en el velcro que componía sus ojos.
Era obvio que no podían nadar a contracorriente, que cntnuará la espeluznante historia del antiguo testamento, escribiéndose por sí sola, tan cruel como apasionante.
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