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sábado, 23 de octubre de 2010

Dolía como nunca.

Llegó sobre medianoche. Se combinaron sus sonrisas, se tiñeron sus muecas de un tierno amor infantil. Le tendió su mano. Bienvenida. No se quitaron la careta, prefirieron seguir ocultando su rostro. Llegó la hora. La atmósfera cargada mezclaba verdades mentirosas con mentiras ciertas. El negro comenzó a manchar sus pómulos como si llevará cien años sumida en dulces lágrimas que le sostenían la sonrisa. En sus manos se dibujaba la profesión más antigua del mundo, pero no era una vulgar prostituta –estoy casi segura de que se ganaba la vida tocando la guitarra-. Bailaron toda la noche. Exhaló un suspiro interior y esperó que el veneno actuara. Se acabaron los graznidos de los cuervos que sobrevolaban su ecosistema natural y el suave olor a orquídea que armonizaba el ambiente. Cerró los ojos. Soñó cien veces que se escribía en la mano historias basadas en la sinfonía de sus ojos. Subió a su carroza. Era obligación sacar su pañuelo por la ventanilla y agitarlo con el mayor desprecio del mundo. 

3 comentarios:

  1. Para luego no volver nunca más.

    Un muá(h) y un sugu de frambuesa!

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  2. me gustó el texto :)
    es especial
    un besito!

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  3. que hermoso texto!! me gusto me gusto! Saludos!

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